La tundra ártica no es un hogar confortable para el ser humano. Siempre se ha caracterizado por poseer una densidad poblacional baja.
Siglos atrás, algunas tribus se establecían en estas heladas tierras. Entre ellas estaban los inuit, comúnmente conocidos como esquimales, y los lapones, habitantes de las zonas árticas de Norteamérica y Eurasia, respectivamente.
El estilo de vida de estos habitantes estaba en armonía ecológica con el medio que los rodeaba, aprovechando de manera equilibrada los recursos naturales con que contaban. Sin embargo, a comienzo del siglo pasado y sobre todo durante las últimas décadas, esta situación cambió drásticamente. Atraídos por recursos tan importantes como el oro, petróleo y la fauna existente, los hombres debilitaron el equilibrio establecido y hasta hoy arrasan indiscriminadamente con los recursos de esta región ecológica.
Los poblados temporales de las tribus fueron reemplazados por asentamientos permanentes construidos de materiales sintéticos; los livianos trineos movilizados por animales dieron paso a tráfico de vehículos pesados que, si bien permiten un mejor desplazamiento, arrasan con el suelo y la vegetación típica del lugar alterando, incluso, la cadena trófica. También la explotación petrolera ha generado constantes residuos que contaminan el ambiente, existiendo además el riesgo potencial de los peligrosos derrames del codiciado recurso energético.
Si analizamos la situación de la tundra alpina notaremos que no es mucho mejor. Muchas zonas en altura son utilizadas para el pastoreo de ganado doméstico, lo que afecta directamente el suelo y la vegetación del sector.
También la construcción de carreteras, centros recreativos y senderos de excursionismo han abierto el camino para que el hombre altere el normal comportamiento de los factores bióticos y abióticos.
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